Fuente: LISTIN DIARIO. En la confluencia de avenida San Martín y la calle Oviedo hay una “bomba” que, para el colectivo ciudadano, es nada más queuna suma del componente general de estaciones de combustibles.
Sin embargo, esta “bomba” fue un centro de debate y planificación de ideas constitucionalistas durante la Guerra de Abril de 1965, un acontecimiento histórico-revolucionariodel que mañana, domingo, se cumplen 57 años.
Oficiales de aviación y pilotos, manejadores de tanques, artilleros y marines, algunos retirados de las filas por sus creencias, otros aún activos a pesar de lo que propugnaban, con distintos rangos y difrentes instituciones castrenses, allí, en la “bomba”, se juntaban todos.
“Cada vez que a uno de nosotros nos cancelaban por plantear que Trujillo fuera cambiado por una democracia, o que un grupo de oficiales propagaba o hablaba de asuntos democráticos, que se mostraban diferentes, iba para la bomba”, relató el catedrático y exmilitar Jesús de la Rosa.
Este ciudadano, quien ostenta el rango de capitán de navío, todavía guarda lúcidos recuerdos de su participación en la Guerra de Abril como comandante de tropas del Ejército Constitucionalista, además de integrante del grupo de la “bomba”.
Los jóvenes que allí se reunían eran, en su mayoría, oficiales de todas las ramas que tenían simpatía por la democracia y encontraron en esa “bomba” de expendio de combustibles un cuartel seguro para planificar cómo retornar a la constitucionalidad de 1963.
Más de medio siglo después, el local, que pertenecía a un pariente del entonces capitán Héctor Lachapelle Díaz, todavía existe allí, “al doblar” de Radio Televisión Dominicana.
“Ahí comenzábamos a hacer planes de desarrollo para el país, es decir, un local político disfrazado de bomba de gasolina; cada vez que ibas a la bomba, con quién te encontrabas eran oficiales cancelados y quienes todavía no eran cancelados, pero que su deseo era que lo fueran para reunirse libremente en la llamada bomba”, recordó De la Rosa.
Los militares estaban separados, entre los que apoyaban la perpetuidad del régimen y los que buscaban un nuevo país, más justo y democrático.
La “bomba” fue uno de los variados lugares donde estos últimos se daban cita desde que había iniciado la conspiración contra el gobierno de facto de Donald Reid Cabral, pues “cuando se está en una conspiración militar de ese nivel, no se puede fijar en un lugar; tiene que cambiar de posición en cada momento”.
Pese a que llegaron a reunirse en Güibia y Boca Chica, entre otras locaciones de Santo Domingo, el local de venta de combustible donde empezó a trabajar Lachapelle, cuando fue sacado de las filas militares, era el de más fama, gracias a lo fácil que era llegar y la comodidad de su ubicación.
Una vez culminados los encuentros, estos jóvenes militares, en edades de entre 19 y 35 años, llevaban a la acción sus planes y proyectos mediante su ubicación en lugares estratégicos, donde iban a “controlar lo de ellos” y a “pasar revista”.
Esto último implicaba hacer acciones que se correspondieran a lo que iban a lograr, en la búsqueda del derrocamiento de Donald Reid y salir a las calles a luchar con una pistola y un fusil ametralladora, las armas que les habían asignado cuando se integraron a la milicia.
Llegó el día decisivo
Recordó que el sábado 24 de abril no se reunieron en la “bomba”, sino en un restaurante, frente al Parque Independencia, para terminar los aprestos del movimiento revolucionario que empezaría el lunes, algo que venían planeando desde el derrocamiento de Bosch.
Pero los planes se vieron adelantados cuando llegaron a sus oídos que una trifulca había iniciado en un cuartel, “entre un oficial y una tentativa de asalto”.
El sábado al mediodía tuvieron que salir apresurados a reunirse en la base del Campamento Militar 16 de Agosto, en el kilómetro 25 de la Autopista Duarte. Antes de llegar allí, se encontró con su compañero y compadre, Héctor Lachapelle Díaz, con quien fue a reportarse como se había planeado.
El resto es historia y una que De la Rosa describió como “terrible”. Los días de abril de 1965, que se extendieron hasta septiembre de ese año y continuaron con la segunda intervención norteamericana del siglo pasado, en cada esquina y calles se sentía aire de guerra, con civiles y militares “armados hasta los dientes”.
Una desgracia
En torno de lamento, el excombatiente, de 86 años,
dijo tuvo que enfrentar, con sus compañeros militares, a grupos de policías jóvenes que desconocían de las tácticas y saberes que inculcaban en las academias militares.
“Un país en estado de guerra es una desgracia; uno se preocupa y jamás quisiera ver que el país pasara lo mismo que pasaron en ese abril”, agregó.
De la Rosa agregó que si hubiera una nueva guerra “el último que coge un fusil soy yo, porque ya cogí uno y sé lo que es eso; una guerra no conduce a nada bueno”.
“Todos los militares que iban a la bomba hoy nos dedicamos a cosas un poco más dignas que ir a una bomba a tramar una lucha contra un pueblo que no tenía todos los conocimientos que debía tener”, finalizó.
Guillermo Pulgar Ramírez, Noboa Garnes, Jesús de la Rosa Canó, Luis Carlos Tejada González, fueron algunos de los oficiales que integraban el conjunto formado por Lachapelle Díaz.
Militares divididos
Después del ajusticiamiento de Trujillo, las fuerzas armadas dominicanas y la sociedad en general se dividió en dos. Unos optaban por que continuara el trujillismo, pese al ajusticiamiento del dictador, mientras otros ansiaban porque alguien sustituyera al sátrapa y el sistema que había implantado.
“Los muchachos de la bomba”, como también se les conoció, estaban incluidos entre los del segundo grupo para organizar la conspiración que buscaba el retorno de Juan Bosch al poder, luego del golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963.
“Había entre nosotros hijos de generales, el coronel Caamaño era hijo de un general; el único jefe de las Fuerzas Armadas que no era familia de Trujillo era el padre de Caamaño”, pero el que consideran héroe de abril no simpatizó con el régimen.
Trujillo separó tanto a los militares del civil común, según el egresado de la primera promoción de la Academia Militar Batalla de las Carreras, que los oficiales llegaron a creerse superior a los civiles. “Que solamente ellos (los militares) conocían cómo debía funcionar un país”, agregó.
“Le hablabas a una gente de la posibilidad de vivir en un país mejor y no te lo creían porque eras militar”, dijo quien cree que quizás fueron más los militares antitrujillistas que civiles los que entonces perdieron la vida.