LONDRES.- Hace dos meses, cuando había aproximadamente un millón de casos de coronavirus confirmados y las políticas primordiales de supervivencia arrasaban con el mundo, los cierres estaban a la orden del día.
Esta semana, la cantidad de casos se disparó hasta superar los siete millones, con 136,000 infecciones nuevas detectadas tan solo el domingo, la cifra total más elevada que se ha visto en un solo día desde el inicio de la pandemia.
¿Cuál es la orden del día? La reapertura.
Aterrados, después de ver cómo las economías que construyeron a lo largo de varias décadas sucumbían en cuestión de semanas, los países parecen estar diciendo: Ya es suficiente.
Para los funcionarios de salud que han estado viendo el virus alarmados desde que comenzó a afianzarse en un continente tras otro, este es un momento que les produce vértigo.
“No es tiempo de que ningún país quite el pie del pedal”, advirtió Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en una conferencia de prensa en Ginebra, esta semana. Afirmó que la crisis está “muy lejos de llegar a su fin”.
Aunque quizá los índices de contagio han disminuido en las ciudades más afectadas de Estados Unidos y Europa, el virus sigue estando profundamente intrincado en el tejido del mundo. De hecho, el pico mundial de la infección aún podría estar a meses de distancia.
Ante la falta de una vacuna o siquiera tratamientos efectivos, hasta la fecha, la única estrategia de eficacia comprobada en contra del coronavirus consiste en limitar el contacto humano. Las ciudades de todo el mundo han hecho precisamente eso y han cosechado los beneficios, ya que los contagios se redujeron y entonces comenzaron a relajar las restricciones de movimiento con cautela.
No obstante, no es tan sencillo. Los funcionarios de salud aseguran que, a largo plazo, a medida que los brotes fluctúen, podría ser necesario que haya un periodo de cierres y aperturas constantes, lo cual podría implicar una tarea de convencimiento mucho más difícil.
En medio de un sufrimiento económico incomparable con nada que haya sucedido en varias generaciones, es posible que simplemente no exista la misma voluntad política, o incluso el mismo deseo de cerrar todo de nuevo. Aunque en gran medida la población obedeció las restricciones (que, de cualquier manera, a menudo no fueron verdaderamente obligatorias a gran escala), sigue pendiente ver si los ciudadanos serán igual de complacientes en una segunda vuelta.
El virus en sí mismo es en definitiva todo menos complaciente. Ahora mismo se propaga exponencialmente en zonas de países en desarrollo donde los frágiles sistemas de salud podrían verse sobrepasados muy pronto si las cifras siguen aumentando.
El martes, el principal experto en enfermedades infecciosas de Estados Unidos, Anthony Fauci, hizo una declaración desalentadora (describió al COVID-19 como su “peor pesadilla”) y lanzó una advertencia. “En un periodo de cuatro meses, ha devastado a todo el mundo”, dijo Fauci. “Y aún no termina”.
De los 136,000 casos nuevos reportados el domingo, tres cuartas partes de ellos se presentaron en solo diez países, en su mayoría en el continente americano y el sur de Asia. Entre ellos se encuentran, India, Brasil, México y Sudáfrica.
La Organización Panamericana de la Salud planteó un panorama funesto para Latinoamérica y el Caribe. La crisis, afirmó la directora de la organización, Carissa F. Etienne, “ha llevado a nuestra región al límite”.
Se está propagando con rapidez en algunos países gobernados por dirigentes que están acostumbrados a omitir información para delimitar el discurso público.
En Rusia, Moscú suspendió sus órdenes de confinamiento esta semana incluso cuando la cifra de contagios identificados seguía aumentando de manera constante.
En Brasil, el gobierno del presidente Jair Bolsonaro abordó el problema de otro modo: dejó de reportar la cifra acumulada de contagios, antes de que el Supremo Tribunal Federal le ordenara hacerlo de nuevo.
En México, el gobierno no está reportando cientos, quizá miles, de muertes en la Ciudad de México. Ha desestimado a funcionarios preocupados que han calculado una cifra tres veces mayor de fallecimientos en la capital que las que el gobierno reconoce, de acuerdo con funcionarios e información confidencial.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha batallado para equilibrar una respuesta al coronavirus con las necesidades económicas de un país en el que más de la mitad de la población vive al día, trabaja en la informalidad y no tiene una red de seguridad.
Ahora, México comienza su ajetreo de nuevo a medida que el país reactiva sus actividades gradualmente.
Incluso algunos países que combatieron el virus de frente están perdiendo terreno. Entre ellos se encuentra India.
“Estará totalmente prohibido salir de sus hogares”, les dijo a sus ciudadanos el primer ministro Narendra Modi, el 24 de marzo. “Se cerrarán todos los estados, los distritos, las carreteras y los pueblos”.
Su ambición fue asombrosa. India es un país de 1,300 millones de habitantes, y cientos de millones de sus ciudadanos no tienen hogar, además de que hay incontables millones de personas que viven en zonas urbanas abarrotadas, con instalaciones sanitarias e instituciones de salud pública deficientes.
A pesar de la rapidez de las medidas adoptadas, el país se enfrenta ahora a un aumento pronunciado de contagios.
En tan solo 24 horas, India reportó 10,000 casos nuevos, lo que suma un total de al menos 266,500, superando a España y convirtiéndose en uno de los cinco países con mayor número de casos. Los expertos en salud pública advierten que habrá una inminente escasez de camas de hospital y médicos.
No obstante, esta semana, los indios pueden volver a cenar fuera, salir de compras y orar en lugares religiosos.
Manish Sisodia, un funcionario del gobierno de Nueva Delhi, advirtió que es probable que la capital presente 500,000 casos de coronavirus a finales de julio, de acuerdo con el índice actual de infección.
Rajnish Sinha, propietario de una empresa de organización de eventos en Delhi, tardó ocho horas en conseguirle a su suegro de 75 años una camilla de un hospital misionero. El martes dio positivo a una prueba de coronavirus.
“Esto es sólo el comienzo del desastre que se avecina”, aseguró Sinha. Dijo: “Solo Dios puede salvarnos”.
En Latinoamérica, los casos están aumentando, tanto en los países que adoptaron medidas de aislamiento prematuro, como Perú y Bolivia, como en los que hicieron caso omiso de muchas recomendaciones públicas, como Brasil y Nicaragua.
Los gobiernos, obligados a elegir entre ver a los ciudadanos morir a causa del virus o de hambre, están relajando los bloqueos.
Parece claro que el manual para frenar la propagación del virus que se utiliza en Europa occidental y en Estados Unidos tal vez no funciona en todas partes. Las sociedades con economías informales simplemente no pueden imponer cierres sin correr el riesgo de un colapso social.
No obstante, ni siquiera los países que han progresado después de haber sido afectados gravemente por la primera ola del virus están fuera de peligro en absoluto. Las normas de distanciamiento social en muchos lugares (y su cumplimiento) siguen siendo aleatorias y poco compatibles con el más básico de los deseos humanos: relacionarse.